8 de cada 10 niños con cáncer se curan
Una de las peores cosas que le puede pasar a una persona es que diagnostiquen de cáncer a uno de sus hijos. La sociedad todavía no está preparada para esta terrible palabra que cambia la vida de cualquier familia de arriba a abajo y, mucho menos aún, cuando a quien se refiere es a los pequeños de la casa. Pero tras el duro golpe, hay que tomar en cuenta los datos sobre estas enfermedades; y son muy esperanzadores. En la actualidad se sabe que el 80% de los casos de cáncer infantil se termina curando.
Hace medio siglo sólo uno de cada cinco pequeños sobrevivía a esta enfermedad. La medicina ha avanzado mucho en los últimos años y las terapias han mejorado tanto que, generalmente, los pequeños terminan siendo vencedores en la dura lucha. Además ahora los tratamientos han mejorado, consiguiendo que los efectos secundarios, tan dañinos para ellos, se reduzcan de una forma espectacular. Así se han logrado dos cosas diferentes y complementarias: eliminar el cáncer primario y extender la supervivencia de los niños, al reducir considerablemente la toxicidad de los tratamientos.
No obstante, a pesar de todas las mejoras conseguidas, en la actualidad el cáncer es la primera causa de muerte por enfermedad en niños. Se sabe que en España cerca de 1.400 niños al año son diagnosticados de cáncer y que los más comunes son la leucemia y los tumores cerebrales. Si comparamos estas cifras con las de cáncer en adultos, suponen una cantidad ínfima; pero no debemos olvidar la importancia que tienen, porque afectan a los niños.
De hecho en los últimos años son muchas las iniciativas que se desarrollan para mejorar la atención a los más pequeños, así como la investigación y la formación de los profesionales. También es importante elaborar protocolos y poner en marcha programas de apoyo social y económico a las familias, que aparcan su rutina diaria para entregarse en cuerpo y alma al cuidado de su pequeño en estas situaciones.
Atención a las señales
Aunque la detección precoz es vital en todas las enfermedades, en el caso de los niños es una tarea complicada por diferentes razones. Por un lado los pediatras no suele ser en lo primero que piensan cuando un niño presenta alguna dolencia. Por otro lado muchos pequeños pueden tener dolores y mantenerlos ocultos por miedo o por no querer quejarse. Por ese motivo es importante que los padres siempre estén pendientes si los niños presentan mal aspecto o si ya no tienen demasiadas ganas de jugar. Son señales que nos pueden poner en la pista de que algo raro ocurre. Lo mejor en estos casos es llevarlos al pediatra para que los examine y mande las pruebas diagnósticas que considere. Si se confirma el diagnóstico, será el oncólogo el que realice el seguimiento.
Apoyo psicológico
El cáncer infantil afecta psicológicamente de manera desigual a los niños, en función de la edad que tengan. Lo importante, si ya son lo suficientemente mayores como para razonar, es que se les explique de manera clara que la enfermedad no es culpa suya y que van a recibir un tratamiento que les va a curar. Cuando son bebés no saben lo que les ocurre, pero de los dos a los seis años lo que más les preocupa es si van a estar mucho tiempo separados de papá y mamá. En este momento también hay que explicarles, con palabras sencillas, qué es lo que está pasando en su cuerpo. A partir de los 7 años la información ha de ser más detallada, puesto que los niños ya conocen la enfermedad. Con sencillas metáforas puede llegar a entender qué ocurre en su interior. A partir de los 12 años el niño ya puede ser considerado como un adulto, por lo que hay que hacerle partícipe de toda la información y preguntarle si quiere ser él el que hable directamente con el médico o prefiere que lo hagan sus padres.
Para cualquier duda lo mejor es acudir a consulta con el oncólogo y preguntar a este especialista qué es lo mejor para sobrellevar la enfermedad. Pero los niños con cáncer no son los únicos que necesitan ayuda. Los psicólogos tratan también en estos casos a los padres para ayudarles a comprender la enfermedad y ayudar así a sus hijos y a los hermanos de los pequeños, que suelen quedar relegados a un segundo plano durante el tiempo que dura la enfermedad.
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